Por: Sandor G. Lukacs de Pereny
Manuel vive con su esposa y sus cuatro hijos en una remota comunidad campesina. Él –al igual que otros agricultores de la zona- sustenta su economía en la siembra y comercialización de papa; aplicando los conocimientos heredados de su padre y empleando los recursos disponibles, logra una austera cosecha de 4 Ton/ha de dicho producto. Como cada fin de temporada, un intermediador minorista (quien abastece a un acopiador mayorista quien a su vez surte a una conocida cadena de restaurantes local) selecciona las papas de mejor calidad, discriminando el 40%, cantidad que como siempre será destinada a la reventa, transformada en harina de papa y/o almacenada para el consumo familiar. Sin embargo, en los mercados de la capital, el kg de este tubérculo se oferta a 12 veces el precio que le fue pagado a Manuel, quien reinvierte su escasa ganancia en próximos plantíos. Sus hijos padecen desnutrición crónica y no van a la escuela pues labran la tierra mientras que su esposa borda tejidos, produce cerámicos y complementa los quehaceres del hogar con la crianza de algunos conejos y pollos que representan su limitado capital familiar.
Manuel desconoce lo que es un “injerto” (por lo que sus papas devendrán genéticamente vulnerables), ignora técnicas de abono alternas a la tradicional quema de pastos y al no poseer titulo de propiedad alguno, no es sujeto de crédito bancario. Su mujer es analfabeta y sus hijos simplemente están condenados a repetir este indeseable círculo vicioso llamado pobreza. En resumen, su futuro es incierto, como lo es para la gran mayoría de la población rural de nuestra América Latina. ¿Cómo se puede revertir este sombrío panorama?
Si Manuel contara con soporte técnico-agrícola cosecharía papas de mejor calidad. Por consiguiente, su conocimiento lo retransmitiría a otros campesinos los cuales se agruparían en cooperativas agrarias con mayor poder de negociación para acceder a mercados más grandes excluyendo a los intermediarios. De igual manera sus hijos estudiarían, alternando el colegio con las faenas de campo mientras que su esposa cocinaría alimentos más nutritivos e higiénicos gracias a una efectiva capacitación. Decididamente todos ellos incrementarían su calidad de vida. En consecuencia, toda sustancial mejora en la calidad de vida de los ciudadanos como resultado de estrategias y políticas públicas es lo que mejor grafica el concepto de desarrollo. ¿Cómo lograr pasar entonces del condicional a la realidad?
En las últimas dos décadas nuestros países han evidenciado un gradual crecimiento económico fruto de pertinentes reformas fiscales y de una mejor apertura comercial regional e internacional, teniendo como principales motores de desarrollo al petróleo, la minería, la agro-industria y el turismo, siendo esta última una “industria blanca” y rubro fundamental en las economías de países como México, República Dominicana, Cuba, Colombia, Chile, Ecuador, Perú, Panamá y Costa Rica por citar algunos ejemplos. Así mismo, Latinoamérica posee atractivos e íconos turísticos inigualables como el Ecuador y sus islas Galápagos, Cuba y su vieja Habana, Colombia y su ruta del café, República Dominicana y sus blancas playas, Panamá y sus atractivos centros comerciales, Chile y su magnífica Patagonia, Costa Rica y su concepto ecológico y México y Perú, bastiones de poderosos imperios maya e inca respectivamente. Somos destinos mundiales de gran atractivo natural y cultural, ricos en folclore y de mágica gastronomía. En este aspecto, nuestras industrias gastronómicas -desde su origen en un río, mar o campo- requieren de la participación de agricultores (como Manuel) productores, comerciantes, cocineros y administradores quienes buscan satisfacer una demanda (turistas) con un servicio, un producto, una bebida y/o un plato de comida. Sin embargo, toda inversión turística, hotelera y culinaria demanda recursos, materiales e insumos. Así pues, ¿cómo lograr abastecer a un sector en auge sin depredar los recursos existentes?; ¿Cómo gestionar cadenas productivas más competitivas? ¿Cómo lograr ser naciones ambientalmente responsables y socialmente inclusivas? ¿Y qué hay del recurso humano? Estimo –como docente universitario- que no estamos instruyendo profesionales capaces de integrar temas sociales y económicos al ámbito turístico y gastronómico, relegando toda esta responsabilidad al Estado. ¿Cómo pretender entonces desarrollar un turismo sostenible cuando internamente aún tenemos grandes desafíos? ¿Cómo liberarnos de la dependencia extractiva de nuestros recursos primarios para comenzar a pensar en crear plataformas de capitalización de talentos con productos y conceptos de elevado valor agregado?
Latinoamérica debería ver en el turismo y la gastronomía, alternativas de desarrollo económico y de rápida generación de puestos de trabajo. Creo que éstas son las áreas clave de evidentes y comprobados resultados que muchos de nuestros países deberían incorporar en su cartera de actividades dado que son, sin lugar a duda, potentes herramientas de progreso. No obstante, todo ello requerirá una adecuada concepción de estrategias concentradas en impulsar y fomentar emprendimientos turísticos (Pymes). ¡Son ellos el motor económico de nuestros países!
El sector turismo en América latina no solamente debe ser construido y constituido por el trabajo y el talento de sus recepcionistas, guías, choferes, conserjes, agricultores, camareras, pescadores, mozos, panaderos y gerentes -entre otros- sino que urge además una activa (y mayor) participación de nuestro sector público. En tal sentido, los futuros gobiernos de nuestras naciones deberán plantear en su enfoque de gestión-país a la industria blanca, para transformarse en promotores y garantes de inversionistas e inversiones (sean estas nacionales y/o extranjeras), sino que además convertirse en eficientes canteras de técnicos especializados en materia de políticas públicas con conocimiento y énfasis en el giro turístico. En consecuencia, se requerirá instruir a una novel generación de servidores públicos capaces de concebir, analizar, evaluar, articular, programar, ejecutar y monitorear planes viables de desarrollo colectivo comprendidos en esta positiva y renovable actividad.
La idea y visión de país que creo necesaria, radica en la premisa que, tanto el sector público como el sector privado, son simplemente indispensables y deben complementarse para propiciar una adecuada simbiosis.
Finalmente, los turistas que deciden visitarnos nos eligen pues desean conocer nuestro legado arquitectónico, asombrarse con nuestra vasta diversidad natural, deleitarse con nuestra exquisita sazón, deslumbrase con nuestras fascinantes danzas, folclore y artesanía multicolor. En resumidas cuentas, desean construir experiencias basadas en la rica cultura que poseemos, lo cual se traducirá sin duda alguna, en un manifiesto incremento en el número de venideros visitantes gracias al efecto cascada propio de las recomendaciones.
Empero, los turistas también necesitan carreteras, puentes, túneles y puertos para llegar a nuestros sitios arqueológicos; requieren atención en materia de salud con postas médicas y hospitales de mejor calidad que además estén presentes en zonas alejadas; demandan seguridad y respaldo de autoridades competentes y honrados policías; exigen que nuestros cocineros sean expertos en sabor pero con garantía de sanidad e higiene en manipulación alimentaria y que sean capaces de crear potajes tan deliciosos como saludables; más teatros, casas de la cultura y zonas de esparcimiento en los cuales nuestro arte sea apreciado en su máxima expresión.
En conclusión, nuestro capital más importante somos nosotros, nuestra gente. El turismo en América latina solo podrá convertirse en una sólida actividad cuando logremos entender y dimensionar que la educación trasciende más allá de las aulas. Se debe gestar una cultura de país donde el conocimiento y su transmisión deberán ser puntales de desarrollo a fin de crear una rentable, competitiva, responsable y genuina industria turística latinoamericana.